El pasado 24 de noviembre, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), presentó un documento titulado Panorama Social 2022, en el que da cuenta del desarrollo económico de esta región del mundo en los últimos años.
La mayoría de los datos socioeconómicos presentados sobre México son realmente reveladores del fracaso de la 4T en el combate a la pobreza y la reducción de las desigualdades sociales. El resultado más contundente es que nuestro país ahora es el segundo más pobre de América Latina, sólo por debajo de Honduras, pues el 46.2 por ciento de la población vive en pobreza y el 9.2 por ciento en pobreza extrema.
Indistintamente de los efectos de la crisis económica y sanitaria provocadas por la pandemia de covid-19, lo cierto es que la política social del gobierno federal no ha servido para cumplir con su promesa de primero los pobres, aunque al presidente Andrés Manuel López Obrador le encante utilizar esa frase con fines propagandísticos. Su política social ha sido regresiva y más neoliberal que la de los gobiernos pasados, pues durante sus 4 años de gobierno el promedio de gasto destinado a los programas sociales ha venido disminuyendo en relación con el Producto Interno Bruto (PIB), al pasar del 5.07 por ciento, en el periodo de Enrique Peña Nieto, al 4.45 por ciento actual.
Además, el estudio apunta que la política del gasto social ha tenido una tendencia regresiva pues aunque los programas son básicamente los mismos, se ha recortado presupuesto a la mayoría para transferirlos a la pensión universal de adultos mayores, lo que no es del todo malo, salvo por el hecho de que esto ha provocado una distorsión en la entrega de los apoyos sociales, pues al universalizar la entrega de la pensión se quitó el enfoque prioritario a los sectores sociales más pobres. Por ejemplo, según un análisis del Instituto de Estudios sobre Desigualdad, «el porcentaje de hogares en extrema pobreza que se benefició con programas sociales en 2018 llegó al 64 por ciento mientras que en 2020 ya con el gobierno de López Obrador la cifra bajó a 43 por ciento. En cambio, las ayudas a los hogares no pobres aumentaron siete puntos porcentuales en ese mismo lapso, al pasar del 20 por ciento al 27 por ciento”.
Aunque López Obrador quiera ignorar los datos de medición neoliberales sobre el crecimiento económico, es innegable que si no aumenta la producción de riqueza en un país, tampoco se podrá distribuir mejor la renta nacional. Ciertamente el crecimiento económico sin desarrollo social no es viable, sin embargo, existe una relación directa entre ambos indicadores que no puede pasarse por alto. Por ejemplo, el aumento de la pobreza en México está íntimamente relacionado con el estancamiento económico ocurrido en los últimos años, pues según datos de la Cepal, en los cuatro años de gobierno lopezobradorista el porcentaje del crecimiento del Producto Interno Bruto del país se ubicó en -1.8 por ciento, una diferencia mínima que, sin embargo, representa la imposibilidad de crear nuevos empleos o de presionar a los patrones para que paguen mejores salarios a los trabajadores.
Ciertamente, la pandemia es responsable de buena parte de la caída de la economía, pero la mayoría de los países latinoamericanos ha experimentado tasas de crecimiento aceptables mientras que México forma parte de las tres naciones que no se han recuperado.
Otro dato que acompaña el triste panorama presentado por la Cepal es el que sostienen que ha ocurrido una movilidad descendente de los mexicanos que se ubican en el sector considerado como clase media. Aquellos hogares cuyos ingresos mensuales sumaban más de 20 mil pesos – monto que la OCDE estima como parámetro para considerar a una persona como parte de la clase media – han decrecido, al pasar del 46.7 por ciento de los hogares que existían en 2018 al 42 por ciento actual. La baja de los salarios y los despidos combinado con el aumento exorbitante de los precios de los productos ha provocado que más mexicanos desciendan del umbral de la clase media a la pobreza.
El Coneval señala que los salarios del 20 por ciento de la población más pobre pasó de un promedio de 208 pesos diarios a menos de 189 pesos, mientras que los de los mexicanos considerados como clase media se han visto severamente impactados por la inflación por lo que, en realidad, un salario de 20 mil pesos mensuales en promedio ya no debería servir como punto de referencia para clasificar a una persona como parte de la clase media. De estos se deduce que el número de pobres es muchísimo mayor al estimado por los organismos gubernamentales.
Un último dato. El analista de economía Tomás de la Rosa, a partir de las estadísticas del Coneval descubrió que hace 15 años, 12 de cada 100 trabajadores cobraban más de cinco salarios mínimos, mientras que en septiembre de este 2022 sólo 1 de cada 100 trabajadores registró este ingreso; conclusión, los salarios bien remunerados se han extinguido en México.
Así pues, no hay nada que presumir como logro en materia de crecimiento económico y desarrollo social. En cuatro años de gobierno morenista la promesa de acabar con la pobreza extrema no se cumplió y los pronósticos de mejorar la vida de los más pobres tampoco. Una parte de la población continúa confiando en el proyecto de la 4T por la conveniencia o miedo de perder los programas sociales, pero estos cada vez son más restrictivos, pues el presupuesto federal no alcanza para fondearlos y, en el mediano plazo, será menos la gente que los reciba salvo que se expanda el presupuesto destinado a estas transferencias monetarias a costa de recortar el de otros rubros, como la construcción de obras de beneficio colectivo o instrumentar servicios de calidad, como de hecho ya está ocurriendo.
En estas circunstancias, presumir un supuesto humanismo mexicano que beneficia a los más pobres y vuelve más feliz al pueblo es un sinsentido y un disparate, no es más que una argucia propagandística con la que se quiere seguir confundiendo a la población, engañándole, pintándole un país que no corresponde con la realidad. México necesita urgentemente una verdadera revolución en el terreno económico, una serie de medidas reales y efectivas que permitan una mejor distribución de la riqueza social, no solo enunciados fantasiosos en el plano ideológico. Cualquier otra cosa no pasaría de ser una mera ocurrencia nacida de la más estulta ignorancia o del más perverso engaño.