Del servidor público al servidor popular

Nacho Luna

Con el ascenso del régimen neoliberal que se prolongó durante casi cuatro décadas en nuestro país, invariablemente se produjeron cambios en lo político, económico, social y cultural, los cuales permearon en la base social y cimentaron el control hegemónico de un grupúsculo privilegiado, de tal suerte que estableció las formas en las que se podía acceder al poder y cómo éste debía ser ejercido.

Ante esta visión de país, México adoptó en el ejercicio de gobierno un modelo reduccionista del Estado denominado nueva gerencia pública, cuyo planteamiento radica en gestionar las instituciones públicas como si se tratara de empresas privadas, poniendo énfasis en indicadores, números y resultados; deshumanizando el servicio público. Súbitamente, no era el bienestar, la felicidad o la justicia social lo que importaba, sino los indicadores macroeconómicos, el Producto Interno Bruto y la protección del libre mercado.

Bajo esta lógica, el servidor público; neoliberal, burocratizado, se redujo a un ente mecánico ceñido a normas jurídicas, estructuras orgánicas y procesos administrativos, alienado de toda interacción política con la sociedad más allá de su función administrativa y, consecuentemente, indolente a la injusticia y la pobreza. Se ejercía, pues, el poder como dominación sin opción a diálogo ni reconvenciones.

La concepción del servidor público del régimen derrocado es, a contraluz, un remedo de la del trabajador de la empresa privada. A este servidor público se le exigió imparcialidad, pero el verdadero objetivo fue convertirlo en un ser apolítico y asocial; enajenado de las causas sociales e inerte ante las injusticias. El régimen necesitaba la fuerza de trabajo del servidor público, pero sin los inconvenientes que ocasionan los juicios de valor derivados de sus actividades, por lo que lo ideologizaron a través de manuales de identidad, códigos de conducta y de ética en función del servicio público.

La consigna era clara: Los servidores públicos no participan en los procesos de organización social, a menos que fuera para repartir dádivas y reproducir prácticas clientelares.

Con el nuevo régimen posneoliberal y el Estado de bienestar, es necesario que el trabajador del sector gubernamental se asuma como un servidor popular que ejerza el poder como obediencia y no como dominación, que escuche y actúe en función del mandato soberano del pueblo. Pero además, para consolidar la transformación de México, es indispensable que el nuevo servidor popular se convierta en un agente articulador de la transformación de la realidad política y social de la sociedad. Un adalid en la reconstrucción del tejido social.

Por ello, hoy más que nunca el servidor debe contar con un cúmulo de atribuciones que esta coyuntura exige; honestidad, transparencia, compromiso, lealtad, formación y el pleno conocimiento del devenir histórico en que ha transitado la realidad política, social y económica de nuestro país. Calidad moral y amor al prójimo.

Nacho Luna
Lic. En Derecho, Maestro en Administración Pública.

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