Entre Paréntesis/

Estoy sentada en este pasillo frío del hospital. En este instante trato de borrar esa dolorosa imagen de mi hijo con el pene casi mutilado y con las muñecas de las manos llenas de sangre. Me pregunto tantas cosas que no sé ni cómo responderlas. Estoy confundida, estoy llorando, escucho la celeridad de mi corazón, retumba tan fuerte que lo siento en los oídos. Es mi miedo, es mi temor, es mi hijo…

¿Porqué la sociedad tiene que ser tan cruel? Es lo primero que viene a mi mente y quizá me respondo que es porque aceptan algunas ideas, algunos comportamientos, pero no a quienes nacen en el cuerpo equivocado. De verdad que estoy asombrada. Las escenas sangrientas no se borran de mi mente, esa que me reclama de cómo proteger a mi hijo.

Mi hijo es tan bueno. Nació y lo columpiaba en mis brazos, los abrazaba y lo miraba sonreír entre sus cobijitas, enredado, indefenso.

Fue creciendo y noté algunas diferencias: siempre estuvo interesado en las cosas femeninas. El día del bautizo de su prima que era de su misma edad, entró al cuarto, minutos después cuando salió ya vestía ese traje blanco, con flores un poco resplandecientes por el brillo y olanes que lucían perfectos en los hombros.

Se peinó con el tocado de flores. En ese momento yo no entendía qué era lo que pasaba. Sí, sí lo regañé y es que en mi familia siempre han sido esos que llaman «conservadores».
Esa idea de que los niños nacen “machitos” para casarse con una mujer y tener hijos.

Pero mi hijo era diferente. Siempre obedeció lo que le decía su padre. Rudo, el señor. Rudo de carácter. El macho rudo al que nuestro hijo siempre le tuvo temor, por eso siempre fue obediente. Eso reprimió muchos años a Manuel.

Cuando Manuel ingresó a la secundaria conoció a un chico -Ramiro-. Tiempo después supe que mi hijo se enamoró de él. Ramiro también lo aceptaba y ambos se buscaban y es que mi hijo era guapo. Y al maquillarse, sus facciones se notaban de chica. Manuel me comentó que eso le atraía a su joven enamorado.

Un día, un jueves, era octubre de 2014, hubo una fiesta de disfraces en la escuela. Él llegó disfrazado de «Mujer Maravilla». Se veía tan bien que nadie lo había reconocido, hasta que comenzó el baile y el quiso bailar con el chico que le gustaba.

Pero Ramiro bien sabía quién era y lo exhibió ante todos los chicos. Le quitó la peluca, le rompió el traje y lo humillaron. Todos se burlaron.

Esa noche Manuel llegó llorando y me preguntó ¿mamá porque son crueles conmigo? ¿por qué dicen que debo morir?

Mi respuesta inmediata fue pedirle que no llorara.

«Hijo ellos no tiene el corazón que tienes tú y tienes que aprender a ser fuerte».

Al otro día fui a la escuela y hablé con la Directora y a exigirle respeto para Manuel pero su respuesta es que no podían hacer nada, que eso era cosa de niños.

Después consolé a mi hijo y lo apoyé, pero eso no bastó, hay palabras que duelen mucho y te parten el corazón.

Manuel me dijo «un día, quiero ser mujer, quiero vestirme, maquillarme y salir como chica» y lo dejé ser.

Pero la reacción en mi familia fue no aceptar. Los comentarios eran de calificativos contra Leila, como se hacía llamar mi hijo.

Él sólo tenía una amiga. Una ocasión salieron al cine y unos tipos los siguieron y acosaron.

Dijeron y vociferaban que Leila no era mujer. Lo atacaron a golpes, abusaron sexualmente delante de Leila, de su amiga. A Leila le gritaban: marica, puto, puñal, maricón… su amiga pedía ayuda en entre esos lotes baldíos y casas deshabitadas. Nadie los escuchó o mejor dicho, nadie quiso hacer algo por ellos.

Llegó la ayuda, llegaron los paramédicos, lo llevaron a un hospital.

En ese momento yo estaba trabajando; recibí una llamada y corrí al hospital. Mi hijo estaba grave. Había sido lastimado. Puse la denuncia, pero no procedió.

No logré nada, al contrario me dijeron que mi hijo era el culpable por andar vestido de mujer, que los había provocado. ¡No intenté más!

Si hubieran visto cómo dejaron a mi hijo. Nadie merece tanto odio y discriminación. La psicóloga que ayudaba a Manuel me dijo -señora hable con él y está muy mal emocionalmente, tiene que vigilarlo no vaya a cometer un error-.

Ese día no dormí, nadie de mi familia nos visitó, aunque supieron lo que le había ocurrido ,todo mundo se enteró, pues él fue la nota roja de los medios: “VIOLAN A JOVEN TRANSEXUAL».

A la mañana siguiente fui a casa a bañarme y por algo de ropa y justo cuando estaba desayunando me hablaron para decirme que Manuel estaba grave.

Se había intentado cortar el pene y que se había herido las muñecas de las manos, corrí a tomar un taxi pero cuando llegué al hospital, era demasiado tarde. Había desangrado.

¡Mi hijo ya había muerto! y estaba sobre una plancha y desnudo. Lo cubrí con una sábana blanca y me salí al pasillo a llorar porque no pude hacer nada por él. No pude ayudarlo.

Los que en sus ideales y por crímenes de odio por homofobia mataron a mi hijo, su discriminación y el que no aceptaran cómo nos veamos o nos vistamos somos iguales, fueron los asesinos.

Me quedo sola, de recuerdo tengo los videos que le hice de pequeño, sus dibujos, cuando me dijo mami por primera vez, su primer dibujo, algunas fotos que le tomé cuando se convertía en Leila en esa chica sonriente y con muchos sueños, sueños que desaparecieron.

Mi relato surge de este dolor emocional, estoy angustiada, me duele la vida… extraño a mi hijo.

Hoy estoy en un grupo de ayuda a jóvenes que están en transición, espero ayudarlos y que mi experiencia sirva para poder atender casos como el de mi hijo. Mi gran Manuel.

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